lunes, 4 de diciembre de 2017

Preguntas apuradas sobre formación docente de una docente en constante formación

Preguntas apuradas sobre formación docente de una docente en constante formación

Es el primer domingo de diciembre, aunque por el clima y por la intensidad de los últimos días parece más bien un atardecer de otoño. Los profesores de la ciudad estamos en pleno cierre de notas y final de cuatrimestre; en este contexto, nos encontramos con la insólita situación de ponernos en alerta por el proyecto de cierre de los Institutos de Formación Docente de la Ciudad de Buenos Aires. Nos enteramos en los últimos días de noviembre, primero por los medios y después por redes sociales, de la propuesta unilateral del Ministerio de Educación porteño de crear una “universidad docente” para “jerarquizar” nuestro trabajo y ¿absorber? ¿eliminar? ¿volar de un plumazo? los institutos públicos gestionados por el Gobierno de la Ciudad: las escuelas Normales, el Joaquín V. González, el Alicia Moreau de Justo, el de Educación Especial... y tantos otros. Estos son los espacios donde se formaron nuestros profesores (maestros y maestras de inicial y primaria, docentes de idiomas, de materias de media, psicopedagogos, maestros especiales, traductores, profesores de educación física...), donde estudian quienes quieren dedicarse a la docencia, donde trabajamos día tras día miles de profesionales. ¿Nos consultaron? ¿Nos invitaron a participar? ¿Nos explicaron de qué se trataba el proyecto? Nada. Cero. Sólo pudimos responder una encuesta falaz y tendenciosa que circuló por todos lados (twits promocionados, redes sociales, encuestas telefónicas y hasta publicidades en apps de juegos) “¿Estás de acuerdo en que la formación docente pase a ser universitaria?” Da lo mismo que responda un especialista en educación, un estudiante de profesorado o un bot. SI/NO. Una falsa dicotomía. Una truchada. Una forrada.
Estallaron las aulas, las salas de profesores y los grupos de Whatsapp. Sentimos que no podemos quedarnos callados ante semejante situación. Estudiantes, docentes y autoridades empezamos a dialogar, por todos los canales posibles, tratando de romper el silencio y el temor que nos generó el baldazo de agua helada de la noticia. En un contexto adverso y tras el cansancio de un año intenso de trabajo y de reclamos, el tema nos agarra con la guardia baja. Pero aún así las redes y los puentes se tienden, y tratamos como podemos de explicar y difundir lo que pasa. Cada uno desde su lugar y con sus capacidades. Este pequeño aporte es más bien una catarsis, es volcar en palabras la angustia que genera esta situación: el peligro que corren nuestras fuentes de trabajo y las trayectorias formativas de nuestros alumnos, el ninguneo a nuestra experiencia y trayectoria. Cuando digo “nuestra” no hablo sólo de mí, sino del recorrido de estas instituciones que quieren cerrar y de la trayectoria de quienes trabajan y estudian en ellas.
Antes que nada, me parece cuestionable la dicotomía en la que nos quieren meter, en la que basan todo su proyecto: “jerarquizar” sería dejar de ser terciarios para pasar a ser universitarios (o sea, ¿mejores? ¿con más exigencia? ¿con más años de cursada?) El debate no puede ser “terciarios no / universidad sí” o “terciarios sí / no a la universidad”. El debate debería ser en torno a cómo mejorar la formación docente (inicial y continua) y a cómo combatir la falta de profesores en la ciudad. Y para esto, hay que demostrar que se conoce el enorme sistema actual, con sus fortalezas y sus debilidades. Pensar en “terciarios sí, universitarios no” o al revés nos pone a la defensiva, cuando en realidad hay tanto por mejorar y proponer. Pero no sirve una participación falsa (encuestas en redes) o convocatorias apresuradas y excluyentes (jornada de pocas personas con el proyecto ya cocinado). Se necesita diálogo, se necesitan días de debate en todas las comunidades educativas involucradas, se necesitan mecanismos para elaborar propuestas concretas para tratar de mejorar entre todos. Recién ahí, habiendo escuchado a los que formamos parte de estas instituciones, deberían elevarse proyectos a la Legislatura y al Congreso Nacional, debatir en comisiones, escuchar a los actores involucrados y luego, finalmente, votar. Para todo esto se necesita tiempo. Lo trabajamos en las escuelas, en las clases de formación ciudadana, en el trabajo cotidiano: así debería funcionar una sociedad democrática.
Pensaba seguir el texto hablando de mi trayectoria personal, pero en realidad no viene al caso mencionar los puntos más importantes de mi CV. Alcanza con decir que para ejercer la docencia es necesario algo que muchos olvidan, que dejan a un costado cuando los maestros y profesores estamos en el centro de las discusiones (en febrero y marzo, en las paritarias, con el inicio de clases): para estar al frente de un curso [del nivel que sea] es requisito indispensable un título de grado (terciario o universitario), una certificación que nos habilita legalmente para ejercer la docencia. Si hay quienes ejercen sin título es justamente por la falta de docentes, porque hay más cursos que profesores, pero así y todo son estudiantes avanzados del profesorado. Claro que el papelito no garantiza que sepamos dar clases. Pero es necesario, fundamental, indispensable... y no reconocido salarialmente. ¿Cómo puede ser que haya graduados [terciarios o universitarios] que invirtieron años y dinero de sus vidas estudiando que cobren salarios por debajo o apenas por encima de la línea de pobreza? ¿Qué mensaje da esto a la sociedad? ¿Realmente les asombra que falten docentes? ¿Realmente piensan que si faltan docentes es porque es una profesión “terciaria” y “desprestigiada”? Para ejercer como profesores en los Institutos de Formación Docente, además, pasamos por procesos exigentes de selección de antecedentes, donde competimos con nuestros currículum vitae cargados de antecedentes (carreras de grado, posgrados, cursos, artículos publicados, congresos, experiencia docente, etc. etc. etc.), donde pasamos por entrevistas ante jurados y presentamos proyectos de trabajo. ¿Realmente consideran que no estamos en condiciones de realizar un trabajo de calidad en la formación docente?
Acá vuelvo a hablar de mí para comentar algo que aprendí en los últimos años. Si bien mi recibo de sueldo acusa menos de cuatro años de antigüedad docente (de esa que podemos certificar y llevar de un lado para otro y nos garantiza, con el paso de los años, un pequeño porcentaje extra de sueldo), tengo casi diez en ejercicio (en universidades privadas, en secundarios, en seminarios y materias de la Universidad de Buenos Aires, en cursos de extensión). Recién llevo tres años trabajando en el sistema de formación docente de la Ciudad de Buenos Aires. La gente que conocí allí es increíble y aprendo de ellos todos los días: profesionales con muchos años de clase y horas de aula encima, profesores de prácticas, colegas de distintas disciplinas (psicología, didáctica, ciencias naturales, matemáticas, letras, juego, música, educación sexual, teatro, ciencias sociales, educación, filosofía) que estamos ahí con el objetivo común de formar maestros. Las ideas y proyectos aparecen todo el tiempo. Es realmente estimulante ir a trabajar cada semana. Estar allí me hace reflexionar todo el tiempo sobre mi tarea docente en esa y en otras instituciones. Los y las alumnas participan, piensan, interpelan, preguntan. No siento que los formo a ellos sino que me formo con ellos: el aprendizaje es constante. Sería genial que funcionarios, legisladores, comunicadores y especialistas que crucen las puertas de los IFD y vean cómo se trabaja allí. Que les pregunten a los estudiantes cuáles son sus necesidades, qué necesitan para aprender mejor. Tal vez no necesiten una “universidad de prestigio” sino mejores condiciones de cursada, más turnos y aulas, más becas para poder hacer sus prácticas sin tener que trabajar afuera, vacantes para que sus hijos puedan ir a la escuela, acercar los IFD a los barrios en lugar de alejarlos hacia una mega-archi-súper-universidad que les queda a horas de viaje y les hace imposible la cursada.
“Universidad de prestigio”, escribo, y me pregunto qué piensan por prestigio, si creen que el prestigio se consigue poniendo un sello en un papel, emitiendo una ley que crea una Universidad de Prestigio para Docentes del Futuro y así, efectivamente, por arte de magia, la ciudad se llenará de prestigiosos docentes muy requeridos por un sistema educativo floreciente... y prestigioso. El prestigio se gana y se construye, día a día, trabajando y colaborando para que cada vez más gente vea en la tarea docente una profesión deseable. Eso es lo que hacen los IFD de la ciudad, todos los días, en algunos casos desde hace más de un siglo. ¿Para mejorar hay que destruir desde la raíz y fundar todo desde cero? ¿Es esa realmente la manera?
En resumen... En estos días estuve masticando bronca pero también preguntas. Ante todo, ¿Quién dijo que los profesores que estudiamos en universidades estamos más “jerarquizados” que los que estudiaron en terciarios? Mi salario como profesora en media siendo de la UBA es el mismo que el de un egresado del JVG o de cualquier otro terciario, y está bien que así sea: nuestro trabajo es el mismo y nos corresponde igual remuneración por igual tarea. ¿Quién dijo que trabajar en la universidad es mejor que trabajar en un terciario? En mi caso particular es al revés: en la UBA soy ad-honorem y en el terciario cobré desde el primer día. Sin contar que el docente universitario queda por fuera del Estatuto del Docente (¡caramba! Será este un efecto no deseado de esta revolución educativa, o realmente apuntan a eso?) Para crear el proyecto ¿Se compararon tasas de graduación de institutos terciarios y de profesorados universitarios? ¿Se compararon las poblaciones y las condiciones sociales de cada uno? ¿A qué clase de alumno apuntan? ¿A un estudiante de 19 años de clase media, recién salido del secundario, con el apoyo de sus padres y que no trabaja? ¿O a estudiantes de más de 25 años, con familiares a cargo, que trabajan, que en muchos casos están en contextos desfavorables? ¿Se hicieron esa pregunta? Las carreras propuestas, ¿serán de cuatro años o más? Las clases, ¿se dictarán en un solo edificio o en varios? ¿Qué ocurrirá con el patrimonio edilicio de los profesorados? ¿Cómo se gobernará? ¿Cómo será su estructura interna? ¿Quién elegirá a los decanos, a los jefes de departamentos, a los cordinadores, a los rectores? ¿Ya tienen definidos los planes de estudios y los diseños curriculares de las carreras? ¿Habrá materias optativas y seminarios como los Espacios de Definición Institucional que actualmente cada terciario diseña para sus planes de estudio? ¿Por qué no generar más convenios de articulación con las universidades ya existentes: licenciaturas para profesores, profesorados para licenciados, ingenieros, técnicos, posgrados para todos? ¿Por qué el proyecto se presenta a las apuradas, de manera autoritaria, sin instancias reales de debate y participación? ¿Por qué no se convoca a la enorme comunidad educativa de las instituciones terciarias de la Ciudad? Y en un contexto más amplio: ¿qué está pasando con las Universidades Nacionales? ¿Qué ocurre con su financiación? ¿Cómo considera este gobierno (en sus instancias nacionales y locales) a la Ciencia, la Técnica y la Educación? ¿Y a la Formación Docente continua? Viendo el contexto del Conicet, del Infod, de las universidades nacionales, de las escuelas de la ciudad y de los terciarios, no podemos más que preocuparnos.
Las preguntas siguen. El diálogo también. Somos muchos los que estamos en alerta. No crean que porque es diciembre apagamos nuestros cerebros. Los terciarios estamos de pie.








2 comentarios:

  1. Gracias por este mar de preguntas que se parecen a las mías.

    ResponderEliminar
  2. Actualmente curso la carrera de pedagogía en la UNAM Ciudad de México, una profesora nos ha dejado entre las referencias leer éste texto. En México la situación no es muy distinta, el desprestigio de las Escuelas Normales es fuerte, a los profesores que impartimos clase en la educación pública, nos han pedido ya un titulo universitario para continuar con nuestro empleo. No ahondaré mucho en ésto, solo quiero decirle, que siento su impotencia, le envío un fuerte abrazo y mucha fuerza, resistan, luchen, estamos con ustedes.

    ResponderEliminar